Historias absurdas para tiempos absurdos
Tenía un plan para 2025:
Dejar el trabajo que odiaba (listo)
Terminar la ortodoncia por segunda vez (no sé si será posible por el increíble costo que tiene el final del tratamiento y con el que no contaba cuando continué el que empecé en Brasil —donde dicho costo no estaba— acá en Argentina).
Escribir mucho
Vivir feliz como una perdiz.
Este último parece ser un gran “NO” y está haciendo que no avance al ritmo que tenía pensado con el tercero.
¿Por qué?
¡El mundo, damas y caballeros! ¡El mundo!
Sí, cosas personales también (se murió uno de los gatitos que adoptamos, mis hijas están por irse un mes con el padre y eso me tiene muy preocupada, las nuevas etapas de ellas también, pero para eso voy a terapia, así que vamos a enfocarnos en el mundo).
¿Pero qué está pasando acá?
Lo que parece que es el final del círculo histórico, o sea que estamos entrando de vuelta a un período oscuro: crisis ambiental, aumento de violencia gracias a líderes que la promueven, la vuelta del fascismo, guerras, mujeres que están perdiendo el derecho hasta de acceder a la salud básica, fanatismo.
Es DEMASIADO y yo no sé qué hacer al respecto.
Tengo ganas de luchar contra todo, de hacer todo lo que esté a mi alcance para intentar que mis hijas tengan un mundo mejor, ¿pero cómo? Yo solo escribo tonterías y, sin embargo…
El poder del arte en tiempos oscuros
Voy a arrancar citando un párrafo en el miniensayo de Fabian Casas, “Yo que crecí con Videla”:
[Charly Gacría] Como todo gran artista, su música dice y hace cosas que, en definitiva, no le pertenecen. Siempre y cuando el artista se mantenga en estado de pligro y acepte el mundo como un lugar oscuro y maravilloso, su trabajo no va a estar atad a lo que tenga que hacer o decir. En Pequeñas anécdotas de las instituciones, el último disco grabado en estudios por el dúo [Sui Géneris], se escucha de fondo lo que se dice en la letra: «Estamos los muertos/todos aquí/quien quiere que se los muestre». O «Tendremos un hijo si quiere venir, muchos desayunos y ningún Clarín». Se vivían épocas oscuras —estábamos creciendo con la Triple A y con Videla— y la sensación de claustrofobia está en el disco. Y también está el deseo de cambiar el mundo, aunque se haga con algo tan inútil —en términos mercantilistas— como una canción. Volvamos al final de la canción con que abrí este texto: «Y yo canto para usted/ el que atrasa los relojes/ el que ya jamás podrá cambiar/ y no se dio cuenta nunca/ que su casa se derrumba».
El arte tiene eso. Es un registro. Es una forma de procesar, de conectarnos, de comunicar.
Me pasa que siento que mi forma de escribir es infantil, aunque mis escritos no lo sean. Me pasa que, muy cargada por el qué dirán, no creo que lo que yo escriba sea bien recibido. En mi mente, las personas van a leer Apocalipcat y lo van a ver como algo terriblemente bobo.
Y mientras me decía esas cosas negativas, me acordé de los párrafos iniciales:
Las personas no deberían irse a dormir después de ver el noticiero. Estrés, insomnio, ansiedad y asaltos nocturnos al refrigerador son la consecuencia de hacerlo. Y sin embargo, para muchos es costumbre.
Eso era justo lo que hacía ahora Clara, por ejemplo, que estaba sentada en su sillón verde musgo, con los pies sobre su pequeña mesa ratona, ocupando todo el espacio de su pequeña sala-comedor, viendo como el odio, la destrucción y las catástrofes se apoderabann del mundo desde su televisor a tubo.
—Esto es horrible—dijo con una mano en la panza de su gata tricolor, Maya, que ronroneaba a todo motor —. Cerebro superdesarrollado y destruimos un hermoso mundo.
Mi prosa tiene —muchísimas veces— un tono infantil. Pero sus temas son relevantes a la actualidad. Reflejan lo que suceden, tanto en este período histórico como en mi contexto personal.
Y todavía me llegó una historia más que me terminó de desarmar.
El caso en Afganistán
No solo hay que procesar las cosas que suceden en el país de uno (el gobierno de Argentina parece estar en una campaña para que siga siendo fácil el abuso y, sobre todo, el abuso infantil, entre otras cosas) y las atrocidades en/de los países que más cobertura mediática reciben, sino que este tres de diciembre, el gobierno talibán de Afganistán prohibió a las mujeres estudiar en las instituciones médicas.
O sea, va a faltar personal médico y como la atención está dividida por géneros masculino y femenino, las profesionales de la salud no van a poder ejercer y las mujeres no van a poder recibir atención médica. Este es solo uno de los derechos quitados que ponen a la mujer —nuevamente— en un papel de simple objeto reproductor que, además, es completamente desechable.
Por supuesto, dada la nueva política de Meta de no verificar más información con la excusa del “derecho a la libre expresión” (más bien para seguir propagando el odio hacia grupos minoristas y/o culturalmente reprimidos), hice una pequeña búsqueda en Internet y me encontré con este artículo de Médicos sin fronteras.
Supongo que esa será ahora la única posibilidad de recibir atención médica para las mujeres en ese país.
Qué puedo hacer en este contexto
La verdad, no mucho, más que dejar de pensar que por tener una prosa infantil mis historias no significan nada. Será ridículo, pero Apocalipcat nace a partir de la crisis mundial. Será gracioso, pero Anarcocielo nace del proceso del duelo. Danzando con el volcán, del momento en el que me sentía completamente perdida y sola con mis dos hijas, después de haber salido de una relación abusiva. Monstruos de cloro —una historia que no me gusta en lo más mínimo, pero que igual compartí—, de la crisis del Coronavirus.
Y serán historias un tanto tontas y ridículas, pero es la forma en la que puedo comunicarme. Y eso vengo queriendo hacer desde hace algún tiempo. Quiero escribir. Quiero transmitir lo que pasa. Quiero transmitir lo que me pasa. Quiero pelear desde lo único que yo tengo: una prosa tonta.
Y me pasó que todo este tiempo no hice nada con esa necesidad porque sentía que tenía que hacerlo desde un lugar en el que no sé estar. Desde un lugar que no soy en lo más mínimo. Y no. Así no va a salir. Así no voy a poder procesar lo que siento o lo que estamos viviendo.
Será ridículo, pero mis historias son mi forma de luchar contra el caos. Y a veces, una prosa tonta es justo lo que necesitamos para sobrevivir. Así que eso es lo que voy a intentar:
Crear una distopía con personajes que te saquen una sonrisa, pero sin dejar de hablar de estos temas que tanto importan.