Infierno

Foto de Vijay Vinoth

Infierno

Él solo quería encontrar una forma para que dejara de llorar. Que sea feliz. Por eso tomó las dos tazas de porcelana favoritas de mamá.

Se escondió debajo de la mesada, elevó la temperatura de sus manos y empezó a calentarlas.

Terminaba de darles forma cuando ella, con ojos rojos e hinchados, lo encontró. Él le dio una sonrisa tímida y, a su vez, cálida.

—Para vos —le dijo mostrándole lo que había hecho. Pero a su mamá no le quedaban sonrisas. Ella se puso casi tan blanca como el ángel que le ofrecía el nene.

Intentó esconderlo, mirando rápido hacia atrás, pero ya era tarde.

Dos pasos y el hombre estaba encima de ella. Vio la escultura y su cara se puso roja del odio. Hizo a la madre a un lado, tomó al nene del brazo y lo sacó de la cocina arrastrándolo.

El nene lloraba.

—¡Papá, por favor, no! ¡Mamá! ¡Carlota! —Pero tanto su madre como su hermana desviaron la mirada.

—Yo no soy el padre de semejante monstruosidad —dijo el hombre entre dientes, clavando la mirada en la madre. Abrió una puerta, lo lanzó dentro y lo encerró en el cuarto oscuro. “El cuarto de la no existencia”, como lo llamaba Carlota.

—¡Y que a ninguna de ustedes se le ocurra acercarse a esa habitación!

El hombre se alejó de la puerta y el pequeño se sentó a llorar. Con cada lágrima, el cuarto se ponía más frío y oscuro. La luz alrededor de la puerta brillaba, luchando y perdiendo contra le negrura. Negrura que crecía y se hacía cada vez más densa. Espesa al punto que, si estirabas los dedos, la sentías amoldarse.

Eso hizo el objeto que se deslizó por debajo de la puerta. Movió apenas la oscuridad.

El nene se secó las lágrimas con el brazo y se acercó. El marco de luz iluminaba perfectamente un dibujo.

—¡Tocaste las puertas mágicas! —dijo Carlota poniendo voz grave, al otro lado de la puerta. El nene dio esa respiración de final de llanto que te hace temblar todo el cuerpo. Miró la primera de las viñetas dibujadas. Mostraba un hombre con dientes puntiagudos que levantaba sus brazos de forma amenazante—. ¡Te encerraré en mi cueva sucia y maloliente! —dijo Carlota antes de poner su voz normal—. ¡No tan rápido! —En la segunda viñeta, una nena gigante de capa se interponía entre el monstruo y el nene. Carlota imitó los sonidos de golpes y explosiones, acompañando la tercera viñeta, con una nube de donde salían brazos y piernas—. ¡Sí, lo venciste! —dijo poniendo una voz aguda. La siguiente viñeta era la del niño levantando los brazos con los puños cerrados. Carlota volvió a poner su voz—: ¡Así es! ¡Y ahora podemos ver qué esconde en esa caverna!

—¡Dulces! —La sonrisa del nene al ver la última viñeta, con los dos personajes sentados sobre una montaña de golosinas y la cara manchada de chocolate, derritió un poco de la oscuridad.

—¿¡Qué dije!? ¡Nadie se acerca a este cuarto!

El nene se sobresaltó con el grito del hombre. Se puso sobre sus rodillas y miró por la cerradura.

El hombre llevaba a su hermana de la oreja. Se sacó el cinto y lo alzó. Su madre lo tomó del brazo. El hombre la empujó hacia atrás y comenzó a pegarles. Primero a una y después a la otra. A una y a la otra. A una y a la otra.

El nene gritó y cuando soltó su voz, ya no pudo parar. Del grito salió un viento huracanado y caliente que se llevó parte de la puerta y la pared, y de su cuerpo salían lengüetazos de fuego.

Cuando el grito se ahogó, todo ardía.

El nene miró de un lado a otro, agitado. Dio un paso hacia adelante.

—¿Mamá? ¿Carlota? —Nadie le respondía. Entre lágrimas y su corazón, que golpeaba asustado, la vista se le ponía en blanco. Dio un paso y se apoyó en el escombro del portal.

Empezó a caer hacia adelante, al pasillo de la casa en llamas, pero todas esas sensaciones se desvanecieron cuando una mano le acarició la cabeza. Una sensación de calma le recorrió el cuerpo.

El hombre que tenía al lado no era el que lo encerraba.

Este tenía la piel blanca, como el ángel que hizo para su mamá, el pelo negro como la oscuridad que lo había rodeado hace unos momentos y surcos en la piel, por donde corrían ríos naranjas, del mismo tono que el fuego que tenía alrededor.

—Es hora de ir a casa —dijo con suavidad.

La cara del nene se deformó lentamente hasta que empezó a sollozar.

—Yo no quería… que esto… pasara.

—Ya, ya. —El hombre se agachó y lo abrazó—. Nada de esto es tu culpa.

—Quiero a mamá… Quiero a Carlota.

—No te preocupes. Vas a ver a tu mamá de nuevo en el lugar al que vamos.

Solo ahí el nene pareció calmarse un poco.

—¿Y Carlota? —miró al hombre a los ojos por primera vez.

—Carlota ahora está en un sitio especial. A salvo.

—¿En serio?

El hombre asintió.

—¿No puedo ir con ella?

El hombre le sonrió. Pero no era una sonrisa feliz.

—Pertenecés a otro lugar. Vas a ir a tu verdadero hogar. Donde ya nadie te va a lastimar y vas a aprender a hacerte uno con el fuego.

El nene le miró la piel. Miró el río de lava que le corría por el cuerpo.

—¿Cómo vos? —preguntó secándose las lágrimas

—Exactamente como yo. —Extendió una mano al frente y parte del fuego de la casa se desplazó a él.

Los surcos de su piel brillaban con más intensidad. El hombre miró al nene y le sonrió. Hizo un movimiento circular con su mano y la puerta se reconstruyó. La otra se la ofreció al él y este la tomó. Cuando la nueva puerta se abrió, lo que había del otro lado no llevaba a un cuarto oscuro, ni a una cocina con tazas de porcelana, ni cinturones de cuero con hebillas anchas. Era el lugar de donde nacía el fuego. Un lugar que no lo lastimaba. El lugar donde nunca más lo iban a encerrar. Un lugar al que por fin iba a poder llamar hogar.

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Sí, es extraño, pero divertido.

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